«Hoy se nos plantea el desafío de responder adecuadamente a la sed de Dios de mucha gente» (Papa Francisco). Una sed que únicamente se sacia en la oración porque, en su raíz, la oración no es una actividad humana sino divina. La oración es la contestación del hombre a un Dios que se le aproxima sobremanera; a un Dios que, sin esperar a ser buscado, se hace el encontradizo.
La oración deja de ser una actividad piadosa, un quehacer… para convertirse en la puerta de entrada de Dios en la existencia personal. Algo, en sí mismo cambiante, que hará del cristiano un contemplativo en medio del mundo. Únicamente con esta ambición espiritual evitaremos el peligro de quedarnos a mitad de camino del Amor.