La tradición musical de la Iglesia constituye un patrimonio artístico y cultural de inestimable valor que sobresale entre las demás expresiones de arte, especialmente por el hecho de que el canto y la música sacra son parte necesaria e integrante de la Liturgia y que responden a un difícil objetivo, ajeno al arte profano: ayudar a promover una participación más activa e intensa, en consonancia con la grandeza del acto litúrgico que celebra los misterios de Cristo.