Aunque siempre comporta un trauma, de distinta magnitud según los casos, todo cisma o herejía suele tener un aspecto positivo en la vida de la Iglesia: normalmente se hace acompañar de un proceso de purificación y de un esfuerzo de reflexión que aboca a un avance en la comprensión de la fe. Ambas cosas van unidas al donatismo, contra el que el Obispo de Hipona hubo de librar su segundo gran combate. Significó una sangría interna para la «Católica» y un debilitamiento frente al exterior, incluso después de desaparecido oficialmente; pero a la vez fue origen de un impulso creador, gracias sobre todo al genio y celo pastoral de San Agustín. Si del debate la Iglesia salió debilitada socialmente, salió fortalecida doctrinalmente.
El donatismo es, si no un producto, sí un subproducto de la era constantiniana. En la confrontación entre Agustín y los donatistas emergen dos modos de entender la presencia del cristiano en el mundo; dos maneras de entender —si no en la práctica, sí en la teoría— las relaciones entre la Iglesia y el Estado; dos formas de comprender la comunicación de la gracia divina a los hombres en el interior de la Iglesia; en última instancia, dos eclesiologías y, a su lado, dos tipos de teología sacramentaria.
Ambas posiciones se esclarecen con los textos agustinianos. La del propio Agustín, como es obvio, en las muchas páginas que dedicó a exponerla, no como suya personal, sino como de la «Católica». La donatista, porque el Santo no sólo se limita a refutar a su