Reflexiones pastorales sobre el sentir y obrar de Jesús, y por qué dar prioridad a la víctima es la vía para la salvación
¿A qué suena el término «compasión»? ¿Qué evoca? ¿Qué se percibe en él? Hay que confesar que hace algún tiempo sonaba mal. Se equiparaba a los sentimientos de lástima, pena, cierta piedad –en lenguaje religioso–. En el mejor de los casos se comprendía como empatía –«ponerse en el lugar del otro»–, que parece que le otorga algo de bonhomía, conmiseración o magnanimidad hacia alguien que sufre. Sin embargo, aunque las generosas acciones que surgen de estos sentimientos producen algún consuelo, tampoco llegan a transformar nada.
Pero desde hace poco, el término «compasión» ha empezado a sonar más, incluso se ha hecho un hueco en nuestro lenguaje, casi hasta ponerse de moda. Y es que se ha descubierto toda la potencia que alberga la compasión. Potencia no solo semántica, de contenido del concepto, sino una potencia activa, eficaz.