A partir del Vaticano II, la vida religiosa se ha visto sometida a una serie de profundas transformaciones, cuyos rasgos más visibles son, evidentemente, externos y de carácter secundarios ( el cambio o el abandono del hábito religioso, el tipo de vivienda, la adopción de compromisos profesionales, el establecimiento de unas relaciones más normales con los laicos, etc.). Pero también el propio fundamente de la vida religiosa está siendo revisado con mayor seriedad.