A finales del siglo IV, dos monjes se dirijieron al desierto de Egipto. Su entusiasmo juvenil les había llevado a abandonar el confort de su monasterio para hacerse discípulos de algún famoso maestro en el arte y la disciplina de la contemplación. Su idea era aprender un método para progresar en la vida espiritual.
Aquel sincero y ardiente deseo acabará convirtiéndose en un prolífico viaje por los vastos territorios del Espíritu.
Cada pregunta que formulan y cada respuesta que reciben define una etapa significativa del itinerario espiritual. Así, antes de empezar es imprescindible identificar el fin al que se encaminan los pasos y comprometerse con la virtud de la constancia para perseverar en medio de las dificultades del trayecto. Después vendrá el discernimiento de las enfermedades que amenazan al espíritu, el modo de practicar la contemplación del amor de Dios, y la sensibilidad para distinguir entre la libertad personal y la acción de la gracia.