Existen momentos en que una sociedad se esfuerza por buscar modelos, es decir, figuras-valor, a los que imitar; tal vez porque experimenta de manera dramática la falta de dirigentes y líderes a la altura de sus retos.
En el primer tercio del siglo pasado, a lo lardo de la terrible guerra europea y la efervescente posguerra, Max Scheler esbozó algunas notas que pasaron a ser un curso semestral para la Universidad de Colonia (1921), ya que una profunda crisis de identidad moral y de liderazgo político y social llenaba el ambiente.
El lector tiene en sus manos el fruto de aquella meditación. En él se intenta probar de forma práctica que la reflexión moral scheleriana no es tanto ni esencialmente una abstracta teoría de «valores», sino ante todo una teoría de la persona y de su configuración moral mediante sus actos de discernimiento, amor y elección. En este sentido, constituye una prolongación de su Ética, obra mayor en la que describe desde sus inicios el crecimiento espiritual y moral de la persona y de las sociedades.