No escuchar la Palabra de Dios trajo como consecuencia a los primeros hombres una fuerte pérdida de audición. El hombre perdió el paraíso en el sentido de que, caminando en medio de la naturaleza, ha olvidado escuchar a Dios en la brisa del día y, desde entonces, se ha confundido del todo en medio de eso que llamamos el estrépito del mundo, el rumor de lo que acontece fuera. Somos semejantes a un hombre duro de oído, que tiene necesidad de una persona que esté al pie y le explique lentamente y a gritos lo que dicen las personas que están cerca.