El rumor es insistente: el cristianismo se muere. No es la primera vez en la historia que unos u otros lo temen, lo piensan o lo desean. Nos hallamos ciertamente en una de las diversas encrucijadas en que la fe cristiana se ha visto obligada a modificar su manera de entenderse a sí misma y de relacionarse con el mundo y con la historia. Conviene, pues, recorrer algunos hitos fundamentales de la andadura histórica del cristianismo para extraer la lógica de sus aciertos, el desvarío de algunas de sus opciones socio-políticas y culturales y nuevas luces para afrontar los nuevos tiempos. El hundimiento de la cristiandad, causado por la fractura de la Reforma y acentuado por la autonomía de los saberes y de las políticas, impulsó a la comunidad cristiana, tras largas vacilaciones, a "hacer el duelo" sobre la vinculación institucional de la fe con el mundo. Consciente de su propia fragilidad, renunció a reemplazar las carencias de los hombres. Con modestia, sin pretensiones de conocer el sentido de la historia y el bien de las sociedades, se aplicó a discernir los signos de la presión del Reino de Dios. Los obstáculos que ha tenido que superar no han sido tanto sus fracasos cuanto los exitos, reales o imaginarios, que ella consideró como anticipos del Reino.