El rey Salomón pedía a Dios “un corazón sabio”. Hoy este deseo nos parece contradictorio. Pues vivimos, por una parte, bajo el imperio de una razón técnica sin entrañas. Y, por otra, a impulsos de las emociones del corazón, que nos parecen irracionales. Y, sin embargo, necesitamos un corazón inteligente, que descubra el sentido y belleza de la vida precisamente en lo concreto y personal, en el encuentro de amor. Tener corazón es entender que nuestra vida se parece a un tapiz (como el de la portada) donde se entretejen urdimbre y trama. La urdimbre ofrece los hilos que sirven de soporte al tejido; del mismo modo, en el corazón se anudan las relaciones (de hijo, amigo, esposo, padre, hermano) que son la base de la existencia.